El día que una linterna, varias velas y las latas de conserva se hicieron imprescindibles en Albacete: «Nunca habíamos vendido tanto»

Una cola de veinte personas se extendía ayer lunes por la tarde en el interior de un bazar sin luz de la calle Batalla del Salado de Albacete, todos ellos cargados de linternas, cajas de velas, radios y bidones de agua. Otra docena recorría los estantes iluminándose con la linterna de los móviles en una carrera contrarreloj antes de que se agotara el papel higiénico o los hornillos. “Calmaos, que aún no ha llegado el caos”, pedía uno de los clientes ante los empujones mientras la dependienta, Wili Chin, de 55 años, hacía las cuentas en la calculadora del teléfono y su marido Yong Chin, de la misma edad, embolsaba la última linterna de la tienda.

“Hemos vendido 20 radios, casi 100 linternas y unas 200 velas”, explicaba Yong Chin mientras gestionaba las peticiones de los clientes. “La gente ha empezado a llegar una hora después del apagón y nos hemos quedado ya sin agua, radios y varios tipos de pilas. Nunca habíamos vendido tanto”, afirmaba el propietario, quien abrió su negocio hace tres años. Pese a ello, no todo son ventajas. Habían pasado ya varias horas desde su horario de cierre y no podía bajar la persiana del negocio. “Es eléctrica y pesa muchísimo. Me voy a tener que quedar aquí toda la noche si esto sigue así”, criticaba con frustración.

Uno de los clientes, Luis Solera, de 49 años, salía del comercio con una bolsa llena de una docena de velas. Es la segunda vez que bajaba a comprar. “Vi que no tenía luz en casa y me di cuenta de la gravedad cuando bajé a la cafetería y todo el mundo estaba sin luz y comentando la situación”, detallaba este profesor de alemán, quien compartía su incertidumbre sobre las causas del apagón con el resto de la clientela.

“Ni idea de que ha pasado, tal y como está el mundo con tantos conflictos armados temo que tenga algo que ver”, sospecha Solera. “A mi me ha llegado por WhatsApp antes de que se cortará internet que eran islamistas”, barajaba Daniel López, de 20 años y que salía del bazar cargado de mecheros, latas de conservas y una veintena de botellas de agua.

Este joven estudiante de criminología reconocía que probablemente se tratase de un bulo. “En estas situaciones no puedes fiarte de nada, pero fijo que ha sido un ciberataque”, proponía antes de irse a cargar la comida al coche y dirigirse al polígono de Campollano a comprar más latas de conserva. “Sé lo que hay que hacer en esta situación, he jugado a demasiados videojuegos”, comentaba con una sonrisa.

En la gasolinera situada en la circunvalación de Albacete la histeria de los consumidores llevó a su dependienta, Amparo Espín, de 36 años, a cerrar la puerta y atender desde la ventanilla. “La gente está muy nerviosa y no entiende que sin electricidad no podemos echar gasolina. Antes una conductora que iba a Valencia se ha puesto a gritar en medio de la tienda.

Ahora sólo salgo para vender las bombonas de gas”, detallaba la empleada mientras revisaba el parking de la gasolinera, llena de coches y viajeros que se quedaron sin combustible a mitad de trayecto y esperaban a la sombra que la situación volviera en algún momento a la normalidad. No les funcionaba el datáfono ni el sistema informático, pero siguieron abiertos para suministrar butano a los clientes. “Hemos vendido más de treinta en un par de horas, la gente las usa para cocinar y están viniendo de todo Albacete a comprar”, informa Espín.

Uno de los comercios que siguió funcionando gracias al butano fue el bar Drinks, cerca del Hospital General. Su camarero, Paco Segovia de 41 años, gestionaba una terraza llena de clientes mientras preparaba sin pausa alguna bocatas de bacon para llevar. “En 25 años que llevo en el bar no he visto nada igual”, afirmaba Segovia, quien lo achacaba a la dependencia que la sociedad ha desarrollado de la tecnología. “La gente depende muchísimo de Glovo, Ubereats o la vitrocerámica».

«Sin luz ya casi nadie sabe apañarse”, comentaba mientras se ponía sus gafas para hacer las cuentas de una mesa en papel. La situación lo llevó a facturar más que cualquier otro día pero le preocupaba que si la situación se alargaba se descongelase el género que tenía en los frigoríficos. De momento y ante la demanda de bocatas, mandaba a su sobrino a por pan, una odisea debido a lo rápido que las confiterías y panaderías vieron a lo largo de la mañana acabarse su oferta. “Cómprame cinco barras y embutido. Luego te lo pago que no te puedo hacer un bizum”, le dice con sorna.

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