En tan solo unos meses se cumplirán cinco años de la llegada de pandemia de COVID-19 a Albacete. Media década de uno de los momentos más complejos para el sistema sanitario en el que el personal de los hospitales de Albacete se volcó para atender sin descanso a todos los pacientes.
Ahora, casi cinco años después continúan viendo la luz estudios que arrojan claridad a la enfermedad y al proceso de vacunación y posterior sintomatología detectada en los pacientes que acudieron al Hospital General Universitario de Albacete. En concreto, el equipo del Servicio de Neurología del Hospital de Albacete, capitaneado por el doctor Tomás Segura, ha compartido los resultados de un trabajo que relaciona el aumento temporal en los marcadores de disfunción endotelial tras la administración de la tercera vacuna del COVID y su vinculación con el riesgo vascular; es decir la posibilidad de sufrir un accidente cerebrovascular.
Para la realización de este estudio fue necesario el trabajo previo que habían puesto en marcha desde el Equipo de Medicina Interna del Hospital General Universitario de Albacete. Una labor que aplaudía y ponía en valor el jefe del Servicio de Neurología del centro hospitalario albaceteño, el doctor Tomás Segura, ya que se trata “de diversas muestras de sangre de 38 personas, todas ellas personal sanitario del hospital, que se habían prestado voluntarios”. En concreto, desgranaba el especialista que este personal del Hospital de Albacete accedió a que “se les sacara muestras de sangre antes de ponerse la tercera vacuna contra el COVID y a los 7, 15, 24 y 90 días tras la vacunación”.
La hipótesis de estos investigadores en Albacete
De forma paralela nació en este equipo de profesionales una hipótesis acerca de la vacunación. En concreto, desgranaba el reconocido neurólogo que “cuando se puso la tercera dosis de recuerdo de la vacuna de Pfizer observamos un aumento proporcional llamativo de pacientes con infarto cerebral en nuestro hospital”.
Al respecto reconocía el jefe del Servicio de Neurología del Hospital de Albacete que “se trataba de una observación aislada, pero vimos que aproximadamente en un año realizamos unas 160 trombectomías, suponiendo unas 12-14 al mes”, desvelando que “el mes después de la tercera dosis de recuerdo de la vacuna de Pfizer realizamos 24”. En este punto trasladaba Tomás Segura que “vimos que se habían doblado los números”, por lo que estos especialistas intentaron corroborar la hipótesis que vinculaba el riesgo de desarrollar una dolencia cerebrovascular con la administración de esta tercera vacuna contra el COVID.
En relación a la función estas vacunas frente al COVID, explicaba el doctor Segura a El Digital de Albacete que “lo que hacen es inducir en tu cuerpo la producción de la proteína S que es la proteína que utiliza el virus para entrar dentro de las células”. Al respecto, desgranaba sobre la proteína S (Spike) que “está en la superficie del virus y se pega a un receptor que se llama ACE2 y una vez que se adhiere, este receptor se estimula, se mete dentro de la célula y se lleva el virus con él”.
Por tanto, expresaba sobre el trabajo científico de los desarrolladores de este tipo de vacunas que “si yo produzco en vez de virus solo la proteína, el paciente no va a notar ninguna infección porque no tiene virus dentro”. Sin embargo, aclaraba Tomás Segura que “lo que va a hacer esa proteína circulando por su sangre es estimular la respuesta del sistema inmunitario frente a una proteína que es ajena”.
En este punto desarrollaba que “el sistema inmunitario reconoce y provoca anticuerpos contra esa proteína”. De manera que “si dentro de ese determinado tiempo el virus llega de verdad a la sangre de ese paciente, como hay anticuerpos circulando que reconocen la parte más externa del virus lo van a atacar y lo van a matar”, manifestaba el doctor Segura.
El problema puede surgir recién puesta la vacuna. En esos primeros momentos la proteína S que han producido nuestras células sale a la sangre y entonces tiene que ser reconocida por los anticuerpos y éstos tienen que bloquearla. En lo sucesivo “bloquearán a la proteína aislada, pero también al virus que la lleva en su superficie si es que este aparece”, puntualizaba el doctor Segura. Así, el equipo del Servicio de Neurología del Hospital General Universitario de Albacete se preguntó cuánto tiempo tardaban en producirse las inmunoglobulinas.
Tras trasladar esta cuestión a los inmunólogos del hospital confirmaron que “durante unos días probablemente habrá propina S circulando libre, es decir, no estará bloqueada por las inmunoglobulinas”, compartía Tomás Segura con El Digital de Albacete. Una proteína libre que “aunque se pegue al receptor ACE2 y se meta dentro, lo que se mete en el interior de la célula no es un virus, es solo una proteína”, concretaba el neurólogo.
En este punto, comentaba que “el problema es que el receptor ACE2 no está ahí para recibir amorosamente al virus, sino que está en las células para transformar la molécula que se llama angiotensina II en otra que se llama angiotensina 1-7”. Se trata de una transformación que es posible gracias a esta enzima-receptor que es la ACE2.
“Lo interesante es que si la proteína ACE2 ya no está ahí porque se ha metido dentro de la célula no se produce esta transformación de angiotensina II en angiotensina 1-7”, desarrollaba el jefe del Servicio de Neurología del Hospital de Albacete. Por tanto, ponía el punto de mira en la principal diferencia de estas moléculas, y es que “la angiotensina II es súper protombótica, mientras que la angiotensina 1-7 es vasodilatadora y antitrombótica”.
Por tanto, era probable que durante un periodo de tiempo, hasta que se produjesen los anticuerpos “podríamos eliminar la ACE2 de la superficie celular”, incidía Tomás Segura. Además, el neurólogo compartía que “si esa célula es un hepatocito seguramente no pase nada, pero si es una de las células que revisten las arterias o el corazón (llamadas endoteliales) entonces en endotelio pasará de ser normal a ser protombótico”.
El importante trabajo realizado por el Servicio de Neurología del Hospital de Albacete
Esta era la hipótesis de la que parte el trabajo desarrollado por el equipo del Servicio de Neurología de Albacete. Al contar con las muestras de sangre de 38 trabajadores sanitarios de Albacete recogidas por el Equipo de Medicina Interna del hospital albaceteño han podido corroborar esta hipótesis inicial.
Los especialistas del Servicio de Neurología prestaron especial atención a las muestras de sangre de estas 38 personas atendiendo al momento previo a la administración de la vacuna, pero también a las muestras correspondientes a los 7, 15, 24 y 90 días después de la vacuna. Además, incidía el doctor Segura en que “también elegimos en esos sueros sustancias que son reconocidas por todo el mundo como que si están elevadas suponen la existencia disfunción endotelial, es decir, el endotelio es protombótico”.
Este equipo de expertos detectó que “antes de la vacuna había unos determinados niveles de media en los 38 pacientes y después de la vacuna estos niveles subían”, confirmaba Tomás Segura a El Digital de Albacete. Por tanto, manifestaba que “pudimos corroborar que estos niveles suben después de una vacuna”.
Pero además, adelantaba el jefe del Servicio de Neurología del Hospital de Albacete que “los valores, al ser tan pocos pacientes, no suponía una variación entre las medias muy importantes”, por tanto apuntaba que “lo que hicimos fue observar que hay dos grupos de pacientes, y en unos de ellos y tras la vacuna aumenta el nivel de los marcadores de disfunción endotelial (endocan y vcam)”. De modo que, “si se eleva es que es tu endotelio ha pasado de estar normal a estar funcionando inflamado y, por tanto, funcionando de manera protombótica”, corroboraba Tomás Segura.
Y es que el equipo investigador dirigido por el prestigioso neurólogo comprobó que “había un 35% de los pacientes objeto de estudio en el que subían estos marcadores, un 25% en el que bajaban los dos marcadores, y en el resto uno subía y otro bajaba”. En este punto se propusieron comprobar si existían diferencias entre los casos de pacientes en los que subían y bajaban claramente estos marcadores, detectando que “había una cosa que los diferenciaba y que era que en los casos en los que caen estos marcadores de lesión endotelial son aquellos en los que se habían producido las inmunoglobulinas en mayor cantidad después de la vacuna”.
Se trata de un resultado que, de manera indirecta, soporta la hipótesis inicial de este equipo investigador, y es que “cuando las inmunoglobulinas suben, el daño endotelial cae y es porque es evidente que se han producido muchas inmunogobulinas y muy rápido”, anotaba Tomás Segura. Al respecto añadía que esto supone “el bloqueo rápido de la proteína S, lo que implica seguramente que impiden a la proteína pegarse al ACE2, interiorizarlo y, por tanto, impiden el efecto maligno sobre el endotelio”.
En último lugar, los investigadores pudieron detectar que “las personas que tenían un menor aumento de las inmunoglobulinas, y por tanto, las que están menos protegidas contra el efecto deletéreo de la vacunación, son las que ya habían pasado una infección COVID”, trasladaba el doctor Tomás Segura. Por tanto, ponía de relieve una “moraleja”, y es que “quizá es absurdo vacunar con la tercera dosis de recuerdo, que se ponía 10 meses después de la segunda dosis de la vacuna, a aquellas personas que ya han pasado el COVID”.
Una conclusión a la que añadía el neurólogo que “supone que un tercio de estas personas se vean en cierta medida perjudicadas por la vacuna ya que les va a activar el endotelio”. Al respecto, enfatizaba el especialista que “si te activan el endotelio puede pasar que si estás a punto de tener un infarto cerebral lo tengas, que si estás a punto de tener una miocarditis la tengas, o que si estás a punto de ser hipertenso te vuelvas hipertenso, porque el endotelio vale para todo esto”.
Sin embargo, reconocía que la muestra de este estudio “es de tan solo 38 pacientes, siendo casi todas mujeres y personas de edad media”. Por tanto, incidía en que estos resultados “no se pueden extrapolar a toda la población”, y es que “puede ser que en el caso de los ancianos pase otra cosa como que el porcentaje fuera de un 100% de los casos en los que suben estos marcadores de daño endotelial y por eso nosotros veíamos más casos de este tipo en personas mayores después de la vacuna”, apuntaba Tomás Segura. Pero aclara que esto es tan solo una hipótesis ya que “no hemos podido hacer este estudio con ancianos”, y de este modo “mostramos los resultados con respecto a lo que hemos podido estudiar, que son muestras de personas de mediana edad”.
La importancia de una vacunación individualizada
El doctor Tomás Segura explicaba a El Digital de Albacete que “si coges el COVID, seguramente vas a tener más disfunción endotelial que si te ponen la vacuna. Ahora bien, si te ponen la vacuna, un 35% al menos de los pacientes de edad media van a aumentar su riesgo endotelial”. Al respecto, trasladaba que lo prioritario que es siempre “pensar para qué le ponemos una determinada vacuna a una persona”, es decir “si se la ponemos para defendernos de una enfermedad que puede ser grave para esta persona, hay que ponérsela, pero si esta persona cogiera el COVID por las cepas que hay en ese momento o porque por su edad y salud es buena y la infección no le va a suponer más que un resfriado, quizá no merece la pena trastocar su sistema endotelial”.
Consideraba, por tanto, el jefe del Servicio de Neurología del Hospital de Albacete que “lo que se hizo mal en la pandemia fue tener una visión holística y no individualizada”, incidiendo en que “es algo en contra de lo que nos enseñaron en la Facultad de Medicina y lo que yo enseño a mis alumnos cada día, y es que a cada paciente hay que hacerle un traje a su medida”. Recordaba la vacunación masiva que se realizó para reducir el número de contagios, advirtiendo que “se manejó igual a toda la población sin entrar en más discusiones de si eran personas hipertensas o no, de si eran diabéticos o no, o de su edad”.
Al respecto recordaba el doctor Segura que “se vacunó a todos los niños”, pero desvelaba la respuesta de los pediatras durante la pandemia a la pregunta que entonces se les hizo en sos primeros y terribles meses y es que “no había habido ni un solo caso en Albacete de niños que se haya muerto de COVID o que haya tenido que ingresar en el hospital por este motivo”. Entonces, “¿para qué vacunamos a los niños?”, se preguntaba el neurólogo, compartiendo que el principal argumento “era para proteger a las personas más mayores”, pero subrayaba que “una persona vacunada también puede contagiar el COVID, por lo que ese argumento no es válido”. Y es que, reconocía el doctor Segura que “probablemente todas estas cosas no se hicieron todo lo bien que debieron hacerse, seguramente porque se iba con prisa”.
Ahora, estos estudios desarrollados en el seno del Hospital de Albacete “vienen un poco a sedimentar esos conceptos que tenían un poco de sentido común y ahora parece que lo hemos demostrado”, concluía.